Recuerdo perfectamente la primera vez que comí falafel como si hubiera sido ayer. Fue una tarde de finales de primavera, en Inglaterra, durante una barbacoa de despedida con los amigos de la universidad. Algunos de nosotros ya habíamos completado nuestros estudios y estábamos a punto de regresar a nuestros respectivos países. El grupo era de lo más variopinto, parecíamos la ONU: griegos, ingleses, irlandeses, italianos, noruegos y españoles. Distintas culturas, religiones, idiomas, etc que me llevaron a aprender mucho sobre todo, sobre todo de gastronomía.
Además de cantidad de recetas británicas, aquel año mis amigos me descubrieron el queso feta, el yogur griego, el tzatziki, el hummus, las dolmades, el falafel y mucho más. Lo del falafel fue amor al primer bocado, no necesité más para caer rendida a sus pies. Desde entonces lo he comido en muchas ocasiones, pero no ha sido hasta hace muy poco que lo preparo en casa y con una frecuencia por la que podríais llegar a tacharme de loca. ¿Quizás lo esté? Pero loca por el falafel.
Del falafel se desconoce su verdadero origen. Algunos creen que viene de la India, donde se cocinaba con pan especiado, otros defienden que viene de Egipto, Israel, Líbano y muchos países más. Venga de donde venga, el falafel es una elaboración que cada día está más presente en nuestro país (y en muchos otros), perfecta para vegetarianos y veganos, saludable, nutritiva y muy sabrosa. Se elabora con garbanzos, habas (el falafel egipcio) o una mezcla de ambos, que se trituran con cebolla, especias e hierbas hasta formar una masa homogénea. Esta genialidad se bolea, se fríe en abundante aceite y se sirve, generalmente, como relleno de pan de pita.
La masa del falafel congela estupendamente así que, si os resulta mucha cantidad la que sale con esta receta, recomiendo que la hagáis igualmente. Siempre podéis dejar los falafel boleados, freír los que vayáis a consumir en el momento y congelar el resto (igual que hacemos con las croquetas, por ejemplo). Merece la pena hacer un pequeñito esfuerzo para contar con falafel listos en ocasiones futuras, que nos sacarán de más de un apuro. Un pan de pita relleno de falafel, lechuga, tomate, pepino, etc es una cena fabulosa, aunque también es un gran aperitivo si lo servimos con una salsa de yogur y una cerveza bien fresquita.
- 300 g de garbanzos secos
- 150 g de cebolla
- 1 diente de ajo
- 2 cucharadas de cilantro fresco (solo las hojas)
- 1 cucharada de perejil fresco (solo las hojas)
- 1 cucharadita de comino molido
- 100 g de harina de garbanzo
- 1 cucharadita de impulsor químico (tipo levadura Royal)
- Sal
- Pimienta negra molida
- Aceite vegetal para freír
- Para hacer el falafel hay que hidratar los garbanzos, así que la elaboración de esta receta comienza el día anterior cuando ponemos los garbanzos en remojo en abundante agua y los dejamos hidratar 24 horas.
- Una vez listos los garbanzos, los escurrimos y secamos bien con papel absorbente. No queremos que aporten nada de humedad a la masa para que esta sea manejable. Podemos extenderlos sobre un paño de cocina limpio y esperar a que estén bien secos.
- Ponemos los garbanzos hidratados y secos en el vaso de una batidora potente y añadimos la cebolla (pelada y cortada en cuartos), el diente de ajo (pelado), las hojas de cilantro y perejil frescos y el comino molido. Trituramos hasta obtener una pasta homogénea.
- A continuación salpimentamos al gusto y añadimos la harina de garbanzo y el impulsor químico. Mezclamos bien.
- Dejamos reposar la masa 30 minutos en la nevera, cubierta con papel film para que no se seque.
- Formamos bolitas del tamaño de una nuez y las aplastamos ligeramente.
- Calentamos abundante aceite vegetal en una sartén y freímos a fuego medio alto hasta que estén dorados. Esto lo haremos en tandas de cinco o seis para que no baje la temperatura.
- Escurrimos sobre papel absorbente antes de servir.
cristina dice
Es un plato que desde que lo descubrí lo preparo amenudo en casa.
me encanta¡¡¡.
besos crisylaura
Carmen dice
No me extraña, a mi me pasó lo mismo 🙂