El jueves pasado se estropeó la nevera.
Argggggg !!!!
Al llegar a casa después del trabajo y de recoger a los niños del colegio me dio la bienvenida un ruido ensordecedor que sólo podría comparar con el del despegue de un avión (jajaja…un poquillo exagerado, pero sólo un poquillo ¡eh!). Mientras me dirigía hacia el lugar de donde provenía el ruido iba pensando: «por favor que el ruido no venga de la cocina, que no sea la nevera, por favorrrrr». Mi fuero interno se reía de mí y me llamaba ilusa pero yo tenía la esperanza de que la suerte me sonriera y que el ruido proviniera de la calle o fuese cualquier otra cosa pero no hubo suerte…snif.
Estar sin nevera me resulta un auténtico fastidio así que, tras desenchufar la nevera, me lancé al teléfono dispuesta a encontrar ayuda. Después de un par de horas de desesperación y llamadas a varios servicios técnicos intentando conseguir un técnico para el viernes, tiré la toalla y me rendí ante la más absoluta realidad de tener que encontrar acomodo para la comida que tenía repartida entre el congelador y la nevera y de tener que esperar al lunes a que me visitara un técnico…que no a que me arreglara la nevera. Eso es otro cantar.
La primera parte de mi tragedia fue la que más fácil solución tuvo gracias al alma «caritativa» de mi amiga, vecina y tocaya: Carmen. En un abrir y cerrar de ojos, mi salvadora no sólo había vaciado dos cajones de su congelador y acoplado lo que salió del mío sino que también me había despejado una nevera que tiene en su garaje con bebidas y ordenado el resto de la comida que, un rato antes, yo había visto estropearse en mi imaginación. Esto lo remató entregándome una copia de las llaves de su casa para que pudiéramos entrar y disponer de nuestra comida en caso de encontrarse la casa vacía.
En ocasiones como esta siempre pienso en el dicho de que «hay que tener amigos hasta en el infierno». Gran verdad señores (y señoras) porque de cuántos apuros nos pueden sacar. He aquí el ejemplo perfecto.
A lo largo del fin de semana he ido cocinando y consumiendo parte de la comida que tenía congelada y que dejé en casa con la idea de dejar que se descongelara entre el viernes y el sábado. Una de estas cosas era la masa de empanada que hoy os traigo con forma de tartaleta y que no habría visto la luz tan pronto de no haber sido por las circunstancias. Cuando preparo esta masa suelo hacer mucha cantidad y congelo la mitad, de la que puedo tirar en momentos de prisa. En este caso fue más bien en momentos de emergencia pero el resultado fue igual de rico.
Dejando de lado la historia de mi nevera que sigue en espera de arreglo, os cuento que la receta de esta masa fue la que inauguró mi primer libro de recetas (que todavía conservo). Me la dio una tía gallega como masa para empanadas y como tal la hago normalmente aunque esta vez, por la presentación tan poco ortodoxa que tiene, le venga mejor que la llamemos tartaleta en vez de empanada.
Necesitamos (para seis tartaletas)
Para la masa
- 3 huevos
- 100 ml de aceite de oliva
- 100 ml de leche
- 1 cucharadita rasa de sal
- 1 cucharadita de polvos para hornear (tipo Royal)
- Harina
Para el relleno
- 1 cebolla picada
- 2 huevos duros picados
- 2 latas de atún
- 1 bote de salsa de tomate casera
- Aceite de oliva suave
Además
- 1 huevo batido
Preparación
Batimos los huevos junto con el aceite, la leche, la sal y la levadura. Añadimos harina poco a poco y removemos, inicialmente con una cuchara o tenedor, y luego con las manos hasta conseguir una masa que no se nos pegue a los dedos pero que no se cuartee.
Siento no poder concretar la cantidad de harina exacta hay que usar. Así es como me dieron la receta y nunca se me ha ocurrido pesarla…hasta hoy que escribo esta entrada. La próxima vez que la haga me aseguraré de pesar la harina y de actualizar la receta. Mientras tanto esto es lo que hay…sorry!
Con estas cantidades nos saldrá mucha masa. Yo, como os he dicho antes, la divido en dos y congelo una mitad. El resto será suficiente para seis tartaletas de 10 cms de diámetro.
Preparamos el relleno. Para ello calentamos un par de cucharadas de aceite de oliva en una sartén y añadimos la cebolla. La cocinamos a fuego lento y con la sartén tapada hasta que se poche (aproximadamente 20 minutos). Añadimos el atún, el huevo y el tomate. Cuando la mezcla arranque a hervir, la dejamos cocer unos 10-15 minutos.
Retiramos del fuego y dejamos que se temple antes de rellenar las tartaletas.
Dividimos la masa en dos mitades. Extendemos, con ayuda de un rodillo, una mitad sobre una superficie lisa y limpia espolvoreada con harina. Untamos de harina el rodillo para que no se nos pegue.
Cortamos círculos de masa un poco más grandes que los moldes que vayamos a utilizar y cubrimos la base y los laterales con ella. Retiramos el sobrante pasando la hoja de un cuchillo por el borde de los moldes.
Rellenamos con la mezcla del atún, huevo y tomate (que ya estará templada).
Pintamos con huevo batido y horneamos durante 10-12 minutos o hasta que veamos que la masa se dora.
Dejamos reposar 5 minutos y servimos con una ensalada de brotes tiernos, tomates, etc.
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