Hay días en que la inspiración me falla y me quedo bloqueada frente a la pantalla del ordenador sin saber cómo comenzar una entrada.
Y no es que no tenga cosas que contar. No.
Podría ponerme a escribir sobre lo mal que ha comenzado mi día hoy, sobre que he perdido el bus esta mañana y he llegado al trabajo por los pelos, sobre lo nervioso que se ha puesto el perro de mis vecinos con el que me he topado al correr hacia la parada del bus (carrera que me podría haber ahorrado) y que ha debido de despertar a medio vecindario con sus ladridos, sobre lo mucho que me cuesta levantarme los viernes cuando el cansancio que se acumula del resto de la semana se ha acomodado en mis huesos y me impide moverme con la soltura de otros días, etc.
Yo tengo cuerda para rato (nada que no sepáis los que me leéis con regularidad). Pero no siempre esa «cuerda» es interesante o, al menos, eso me parece a mí.
En momentos como este considero que lo mejor es dar paso a escribir sobre la receta que hoy quiero compartir con vosotros. Una solución perfecta para un día como el mío de hoy. Un día en que las fuerzas fallan y necesitamos una solución rápida para la cena que no sea tirar de teléfono y pedir un «tele-no-se-qué». Porque donde esté una comida casera que se quite lo demás ¿verdad?
¿Pasamos a la receta?
Y no es que no tenga cosas que contar. No.
Podría ponerme a escribir sobre lo mal que ha comenzado mi día hoy, sobre que he perdido el bus esta mañana y he llegado al trabajo por los pelos, sobre lo nervioso que se ha puesto el perro de mis vecinos con el que me he topado al correr hacia la parada del bus (carrera que me podría haber ahorrado) y que ha debido de despertar a medio vecindario con sus ladridos, sobre lo mucho que me cuesta levantarme los viernes cuando el cansancio que se acumula del resto de la semana se ha acomodado en mis huesos y me impide moverme con la soltura de otros días, etc.
Yo tengo cuerda para rato (nada que no sepáis los que me leéis con regularidad). Pero no siempre esa «cuerda» es interesante o, al menos, eso me parece a mí.
En momentos como este considero que lo mejor es dar paso a escribir sobre la receta que hoy quiero compartir con vosotros. Una solución perfecta para un día como el mío de hoy. Un día en que las fuerzas fallan y necesitamos una solución rápida para la cena que no sea tirar de teléfono y pedir un «tele-no-se-qué». Porque donde esté una comida casera que se quite lo demás ¿verdad?
¿Pasamos a la receta?
Ingredientes (para 4 personas)
- 6-8 patatas pequeñas (procura que sean del mismo tamaño)
- 100 grs de queso cremoso en lonchas (tipo Gouda, Edam, Masdaam, etc)
- 100 grs de queso crema (tipo Philadelphia)
- 20 ml de cerveza
- 75 grs de beicon picado
Preparación
Hervimos las patatas en abundante agua con sal, a fuego medio, hasta que estén tiernas. El tiempo dependerá del tamaño de las mismas. Yo las tuve unos 15 minutos.
Escurrimos las patatas y dejamos templar.
Mientras las patatas se templan, preparamos la salsa.
Para ello cortamos las lonchas de queso en pequeños trozos y las colocamos en un recipiente apto para microondas junto con el queso crema.
Fundimos los dos quesos en el microondas, a golpes de 30 segundos. Removemos entre golpe y golpe.
Añadimos la cerveza y removemos para que se integre bien con los quesos. Calentamos de nuevo en el microondas durante 15-20 segundos.
Freímos el beicon en una sartén a fuego medio-alto hasta que esté crujiente y se lo añadimos a la crema de queso.
Cortamos las patatas por la mitad, a lo largo, las rociamos con la salsa de queso, beicon y cerveza y servimos inmediatamente.
- Son unas patatas de lo más versátil que se pueden consumir con una ensalada para una cena ligera o como guarnición de carnes, pescados, etc.
- Podemos aumentar la cantidad de queso en lonchas para preparar una crema más espesa, tipo dip, y servirla con crudités de verduras, nachos, picos de pan, etc.
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